Diciembre en RRHH: cómo priorizo tareas cuando todo parece urgente

Claves de cómo priorizo mis funciones a nivel profesional

DAVID REY ROINSSARD

12/6/20254 min leer

El cierre de año suele venir acompañado de una combinación especialmente exigente: menos disponibilidad de equipos, más incidencias operativas y una presión creciente por cerrar procesos antes del cambio de ejercicio. Desde el rol de técnico de formación en Recursos Humanos, uno puede iniciar diciembre con una idea clara —“mi prioridad es el cierre anual de las formaciones realizadas”— y, sin embargo, descubrir en pocos días que el mes requiere una gestión mucho más amplia, transversal y reactiva.

La expectativa inicial: un diciembre centrado en el cierre anual de formación

Al comenzar el mes, mi objetivo aparentaba ser único y bien delimitado: consolidar el cierre anual de formación. Esto implica actividades como recopilar evidencias, validar asistencias, revisar evaluaciones, ordenar documentación, generar informes y asegurar que la trazabilidad quede completa para auditorías internas, necesidades de cumplimiento o revisiones posteriores. En apariencia, es un cierre “técnico” que premia el orden, la planificación y la metodología.

Desde esa perspectiva, resulta lógico asumir que esa será la principal tarea del mes. Sin embargo, esa percepción suele estar vinculada a una cierta “inocencia profesional”: la idea de que el trabajo de un técnico de formación se circunscribe únicamente al ciclo formativo. Diciembre demuestra lo contrario.

La realidad operativa: diciembre como mes transversal

Con el avance de los días, la dinámica cambia. Los festivos y las vacaciones reducen la capacidad operativa de otros departamentos, especialmente aquellos con alta carga administrativa (selección, administración de personal, nóminas, etc.). En ese contexto, el área de RRHH actúa como soporte y continuidad, y las tareas empiezan a redistribuirse.

Aparecen necesidades de cobertura administrativa, como apoyar en la gestión de altas y bajas o en el seguimiento de trámites urgentes. Paralelamente, surgen incidencias vinculadas a nóminas —retrasos, errores o conceptos pendientes—, lo que incrementa la presión porque afecta directamente a la seguridad económica del trabajador y a la confianza en la organización.

A ello se suma el impacto de las bajas médicas y los repuntes de gripe: aumentan las ausencias y se obliga a reconfigurar horarios, turnos y cronogramas sin vulnerar los límites de jornada, horas extra o condiciones pactadas por convenio y contrato. El trabajo deja de ser estrictamente “de cierre” y se convierte en gestión de continuidad operativa.

El factor humano: confianza, vínculo y acompañamiento

En paralelo a lo operativo, aparece un componente menos visible pero igual de determinante: el vínculo con las personas. Cuando durante el año he trabajado de forma consistente el clima interno y el employer branding desde la práctica —cercanía profesional, disponibilidad, coherencia, resolución—, ocurre algo natural: parte de la plantilla identifica en mí una figura de apoyo y referencia.

Diciembre intensifica este fenómeno. Los trabajadores no solo me consultan dudas laborales; también comparten vivencias personales que afectan al rendimiento, al ánimo o a la estabilidad. En ese punto se entiende que “sentirse parte” de una organización no es un eslogan, sino una consecuencia de experiencias acumuladas. Mantener ese apoyo sin perder el foco operativo exige un equilibrio complejo: empatía, contención, límites y capacidad de respuesta.

Momento de inflexión: el riesgo de priorizar "mal"

Cuando las demandas crecen en volumen, diversidad y urgencia, aparece un riesgo real: la sensación de no estar priorizando correctamente. Esa incertidumbre tiene efectos directos: aumento del estrés, caída del rendimiento, decisiones reactivas y un desgaste progresivo que impacta en la calidad del trabajo.

Ese punto suele ser el momento de inflexión en el que decido pasar de “responder a todo” a “gestionar con criterio”. No se trata de "no estar dispuesto a hacer más", sino de "decidir mejor qué es lo que voy a priorizar en el trabajo".

¿Qué hice para sostener la situación de forma positiva, calmada y eficiente?

1) Solicité criterio a perfiles con más experiencia

En contextos de alta presión, el conocimiento práctico de compañeros senior es un acelerador. Pedí orientación concreta: qué consideran “crítico”, qué puedo esperar, qué tareas generan riesgos si se retrasan y qué no conviene improvisar. Esto no solo reduce incertidumbre; también alinea criterios dentro del equipo.

2) Observé y modelé hábitos de priorización eficientes

Más allá del consejo, me acerqué a personas que priorizan con lógica clara: cómo estructuran el día, cómo comunican límites, cómo registran tareas, cómo deciden ante conflictos de urgencias. Convertí esa observación en hábitos aplicables: bloques de trabajo, ventanas de atención a incidencias y una planificación realista. Todo ello fuera del mundo laboral. 

3) Me apoyé en IA para reducir carga administrativa y repetitiva

La Inteligencia Artificial fue un recurso de soporte para tareas de bajo valor estratégico pero alto consumo de tiempo: estructurar listas de acciones, resumir correos extensos, generar borradores de respuestas consistentes, crear checklists y recuperar información de forma rápida. La IA no sustituyó la decisión; simplemente me facilita el tiempo y la claridad para decidir reduciendo mi propia carga de trabajo.

4) Apliqué un sistema de triage operativo

Para evitar decisiones impulsivas, establecí un filtro sencillo basado en impacto y plazo. En la práctica, prioricé según:

  • Impacto económico directo en el trabajador (por ejemplo, nóminas o incidencias de cobro).

  • Riesgo legal o de cumplimiento (documentación, plazos contractuales, obligaciones internas).

  • Bloqueo operativo (tareas que impiden trabajar o continuar procesos).

  • Plazo real e inamovible (entregables de cierre con fecha límite).

  • Mejoras o tareas no urgentes, que se agendan y se protegen para cuando se estabilice la carga.

Este criterio me permitió ordenar prioridades sin depender del volumen de mensajes o de quién insistía más.

5) Protegí mi tiempo para el cierre anual de formación

El cierre de formación no se completa “en ratos sueltos entre incendios": requiere concentración. Definí bloques de trabajo protegidos (aunque fueran más cortos) para avanzar cada día. En la práctica, fue más efectivo asegurar progreso constante que esperar a “un día tranquilo” que nunca llega en diciembre.

6) Mejoré la comunicación para gestionar expectativas

Una parte crítica de priorizar es comunicar. Respondí con tiempos claros, sin prometer inmediatez cuando no era viable, y ofreciendo seguimiento. Esto reduce ansiedad en el trabajador y evita la escalada innecesaria. Ser transparente con la carga y el criterio, sin perder el trato, es una herramienta de eficiencia.